Lo primero que se debe recordar es que cuando en un país como la Argentina, un país en desarrollo, y en general en América Latina, hablamos de comercio exterior, estamos hablando de mucho más que de las exportaciones como destino de la oferta de bienes y servicios, o de las importaciones como una fuente de abastecimiento de la demanda interna, o del balance del comercio como el fundamento de los pagos internacionales, que es en realidad el debate que los países maduros realizan cuando hablan de comercio exterior. Nosotros hablamos de otras cosas: hablamos de cómo el estilo de inserción o la división del trabajo influye en la estructura productiva, en el entendimiento de que una economía especializada en la exportación de productos primarios tiende a no transformarse y a formar una estructura integrada y compleja, que incluye la industria y las actividades intensivas en conocimiento que son el motor del desarrollo contemporáneo. Está muy claro que los países que siguieron especializados en la producción primaria son los que forman parte del grupo de países en desarrollo y esto es válido para América Latina. Está muy claro también que el fenómeno extraordinario de transformación de los llamados países emergentes de Asia se ha producido porque han tenido políticas explícitas de transformación de la inserción en la división internacional del trabajo. A partir de procesos de industrialización, han incorporando actividades en las cuales aparentemente no tenían ventajas competitivas por su dotación de recursos y que, sin embargo, crearon a partir de políticas explícitas que llevaron a países como Corea, Taiwán y otros a convertirse en líderes en algunas industrias de frontera. Entonces nos preguntamos sobre el tema de la inserción o la división del trabajo, cómo influye en la estructura productiva y el desarrollo, y nos preguntamos también sobre la capacidad de respuesta que esa estructura tiene frente a los cambios del mercado mundial. Porque otro dato notable de la globalización del mundo contemporáneo es un cambio continuo de la composición del comercio internacional. Por ejemplo, antes de la Segunda Guerra Mundial, dos tercios de las exportaciones mundiales eran productos primarios, y un tercio manufacturas. Después de la Segunda Guerra esto se transformó, y los productos industriales llegaron a representar dos tercios de las exportaciones totales del mundo, con una participación creciente de aquellas de mayor valor agregado y tecnología.
Toda esta relación del comercio exterior con el desarrollo y la inserción de estas economías de América Latina en el sistema internacional fue lo que alimentó la reflexión de Prebisch en la década del 30 y del 40, que a fines del 40 y en el 50 dio lugar a ese pensamiento tan rico de origen latinoamericano sobre las ideas pioneras de Prebisch y que luego fue enriquecido por Furtado y otros: el surgimiento de la idea de que el sistema funciona sobre la base de un modelo centro – periferia, y que si los países periféricos quedan reducidos a su papel de exportador de productos primarios no pueden alcanzar el desarrollo. Este fue un tema extremadamente rico que alimentó, insisto, el pensamiento latinoamericano y terminó concluyendo sobre la importancia de la industrialización, la transformación estructural, el cambio de la inserción o la división del trabajo, y desde luego también la integración latinoamericana como una forma de ampliar el mercado regional para facilitar el proceso de transformación. Lo que sucede actualmente, y esto lo explicó Juan Llach en este seminario, es que se está produciendo en el orden mundial un cambio extraordinario porque se están incorporando centenares de millones de seres humanos al mercado en Asia, lo cual ha dado lugar a este crecimiento espectacular de la demanda de commodities, alimentos y materias primas, produciendo una mejora notable de los precios. Ante este fenómeno externo de ampliación de la demanda que tiende a permanecer en el tiempo se registra una respuesta extraordinaria de la oferta argentina donde muchos de los emprendedores del sector agrario son actualmente los mejores que hay en el país. Ellos han demostrado una capacidad excepcional de aplicar el conocimiento de frontera y hoy la agricultura argentina, como algunos dicen, es una agricultura de precisión, opera con tecnología de punta en informática, en biotecnología y semillas transgénicas. Es un cambio realmente espectacular que ha dado lugar a algunos resultados notables, como el aumento, por ejemplo, de la producción de granos y oleaginosas, de los cuales hasta hace pocos años producíamos veinte millones y ahora estamos casi en cien.
Es un hecho notable realmente cómo han convergido estos dos fenómenos, a partir de un cambio en el escenario internacional, con una respuesta notable de la oferta argentina. Y entonces estos cambios nos vuelven a confrontar con algunos dilemas básicos, no sólo de la historia argentina ¿Es este sector agropecuario ahora la cadena agroindustrial, que al fin y al cabo desde el fin del siglo XIX fue el canal a través del cual nos adentramos en el mundo?; este sector ¿es en primer lugar un segmento del mercado mundial o es una pieza fundamental de la estructura económica argentina? La respuesta a este dilema es muy importante, porque si resulta ser la primera, entonces los precios internos tienen que reflejar necesariamente los precios internacionales. Si es la segunda, los precios internacionales tienen que ser administrados para facilitar el pleno desarrollo del propio sector en el marco de una economía plenamente integrada y desarrollada. Nosotros a fines del siglo XIX, frente a este mismo dilema, respondimos en el primer sentido, interpretando que el campo argentino era en primer lugar un segmento de la economía mundial, diferenciándonos de países con recursos naturales comparables y similar desarrollo en su actividad agraria como Australia, Canadá y, desde luego, Estados Unidos, en otra dimensión. En el marco de procesos de transformación de la estructura productiva y de industrialización, nosotros tuvimos un gran desarrollo que llegó a altos niveles de producto per cápita en función de la enorme riqueza de recursos naturales pero en el fondo era una economía subindustrializada, vulnerable, a diferencia de aquellos otros países que desplegaron su potencial agrario en el sentido de que ese sector era una pieza fundamental de la economía nacional y no en primer lugar un segmento de la economía mundial. Es así como hoy tenemos otra vez el viejo dilema. ¿Será que en virtud de estos logros extraordinarios de la cadena agroindustrial del nuevo escenario internacional podemos repetir la opción del siglo XIX y decir, bueno, en realidad si este sector lo integramos plenamente a la cadena internacional, va a derramarse al conjunto de la economía argentina, a generar empleo, bienestar, oportunidades para el conjunto de la sociedad ? Yo creo que la respuesta es no, porque incluso varios estudios sobre la significación de la cadena y la importancia que tiene señalan que sólo un tercio del empleo directa e indirectamente podría ser generado por la cadena, pero aunque desarrollemos plenamente la cadena con todos sus derrames al interior del sistema ¿qué hacemos con los otros dos tercios de la población activa restante?
Por otra parte, está muy claro que si aceptamos que el conocimiento, la tecnología y la ciencia son el motor de la evolución contemporánea, el pleno desarrollo de un sistema nacional de ciencia y tecnología requiere una estructura diversificada y compleja. No se puede sostener en un solo sector, por más sofisticado que sea. Y, además, la sofisticación de un sector depende en gran parte del desarrollo del resto del aparato productivo nacional. Y por otra parte, porque si nos concentramos en un sector y seguimos especializados en ese tipo de bienes, por más complejos que sean (ciertamente esto marca una diferencia con el pasado), tampoco tendremos capacidad de responder a estos cambios continuos de la demanda y de la oferta en el mercado mundial, que está transformado por muchos factores, en primer lugar por la influencia del cambio tecnológico. Yo diría que estos son los grandes dilemas que tenemos que responder, y creo que deberíamos lograr algunos consensos básicos sobre estas cuestiones. Cada sector de la economía nacional, incluyendo la cadena agroindustrial, es en primer lugar un segmento fundamental del conjunto de la economía argentina. Esto hace que sea legítimo administrar los precios internacionales de tal manera que podamos tener, en virtud de la rentabilidad en el conjunto de la producción de bienes transables, oportunidades no sólo para la cadena agroindustrial, sino para el conjunto de los sectores productores de bienes transables. Y esto nos lleva entonces al tema de los tipos de cambio y al dilema del tipo de cambio. No es concebible que haya un sector agrario con una cadena agroindustrial próspera en un país agobiado por el desempleo, el conflicto, la inseguridad, como en realidad lo hemos vivido en la década del noventa en la cual la economía se achicó con un sector agrario que mantuvo dinamismo, en particular de las exportaciones pero que no fue capaz de evitar las consecuencias de una política que fue achicando el conjunto de la actividad económica, con sus consecuencias sociales y económicas, y que en definitiva terminaron en la crisis final del 2001-2002. Un primer consenso es que la cadena agroindustrial es un segmento de la economía nacional. El segundo es que necesitamos una estructura integrada y compleja para ser un país desarrollado. El tercero, que la forma de insertarnos en el mundo es a través de la especialización intraindustrial. Una economía integrada no implica una economía cerrada más bien, es todo lo contrario a una economía autárquica. Es una economía plenamente abierta al sistema internacional, con un régimen de división del trabajo, donde cada sector tiene un desarrollo considerable y se especializa en aquellos bienes que tienen mayor posibilidad en un mercado internacional ampliado. Yo creo que este es el gran tema que tenemos hoy en día. Resolver el viejo dilema histórico, y este falso conflicto entre el campo y la industria. El país no logró todavía ponerse de acuerdo en que no tiene futuro sino como un país agrario industrial, con una formidable base de recursos naturales en el campo, con un empresariado agrario de altísimo dinamismo, con un escenario internacional extraordinariamente favorable, y que en algunos puntos necesita que este desarrollo se produzca en el contexto de la economía nacional. Entonces, si logramos estos consensos sobre qué es cada sector respecto del mundo y respecto del país la naturaleza del desarrollo como un proceso complejo y la forma de inserción internacional, entonces bajamos a la política económica. Muchos temas hoy son extremadamente complejos, irritantes, y dan lugar a la intransigencia, porque en el fondo muchas veces se reacciona frente al problema sin haber puesto en claro la pregunta fundamental (a veces observo en algunos dirigentes agrarios un rechazo frontal al tema de las retenciones) dado que en el fondo está la idea de que el agro es un segmento de la economía internacional y que no hay derecho a que el tipo de cambio que se le da a la industria no sea el mismo otorgado al agro. En el fondo subsiste ese tema. Lo tenemos que terminar de aclarar, porque si no, no existe salida. Tenemos que, entonces, poder administrar la relación externa y las señales que vienen del sector internacional, no sólo en materia de precios, sino en materia financiera. Nosotros en la década del 90, y antes ya desde 1976, nos abrimos indiscriminadamente a las señales del mercado financiero globalizado y terminamos en una espiral de deuda, sobrevaluación del tipo de cambio y finalmente una crisis fenomenal.