24 noviembre, 2024

Aunque el titulo parezca errado, ya que siempre se habla de “la violencia en el fútbol”, es el fútbol en la violencia de donde parte este texto, ya que considero que el fútbol en si no encierra violencia, como emanan los que actores se mueven en su escenario.

Para comenzar primero citaremos al entrenador de la selección italiana, quien aseguro al mismísimo Benito Mussolini que Italia seria campeón mundial en 1934. Al mismo tiempo es sabido que lo respondido por Il Duce fue “Que Dios lo ayude si llega a fracasar” en un tono claramente amenazante. Y gracias a distintos factores que podrían o no discutirse, Italia se llevó ese campeonato en su propia casa. De tal manera vimos nacer a la potencia futbolística que hoy es reconocida (mas allá de que no esté pasando sus mejores momentos) pero al mismo tiempo se consolidaba un ejército ferviente exponente nacional.

Corría el 38’ y la misma sentencia para el entrenador, el caso es que esta vez Italia gano jugando muy bien (también fue el cambio de la camiseta un dato para recordar, se utilizó la camiseta negra, claro símbolo del Estado fascista). Política y deporte, tragedia y diversión propiciaban un mal augurio.

Ahora revisemos lo nuestro. Argentina por varios motivos se perdía mundiales, por negarse a jugar las clasificaciones en el 38’, por la Segunda Guerra se perdieron los del 42’ y 46’. Ya para el 50’ y 54’ por culpa de los empresarios a ver deportivos empujo a los jugadores a huelga, tema que hizo exiliar a varios, luego la inseguridad política de algunos mandatarios, sepultaron los sueños de un equipo excepcional.

Volviendo al hilo del título podemos decir que la realidad, a menudo nos brinda componentes que no son muy aconsejables para vivir, nos confunde, confundiéndonos los valores y caemos en dependencias innecesarias. Hay quienes preparan meticulosamente, sacando provecho a nuestras emociones y nuestra confianza, el campo de este deporte, su negocio. La política siempre ha querido verse en el espejo del deporte y muchas veces le hemos dado ese reflejo que reclama abstractamente, consiguiéndolo. Sacar ventajas a costa de la buena fe, se me asemeja a un juego de reglas desiguales, quien diría tan certeramente que la política es el arte de evitar que la gente se preocupe de lo que le atañe. Lamentablemente goles para un pueblo con hambre siempre fue y será la dieta más barata en nuestro país.

Pocas cosas moviliza tanto a la masa que los deportes? Ungidos de banderas, himno sonando a la mayor tonalidad posible, orgullosos de nuestro suelo, es toda una locura; es el desquicio de algunos gobernantes. Cuanto hubo de política y cuanto de deporte tuvo la disputa del 78’ con Chile por la soberanía en el canal de Beagle? Que motivo y quien actuó sin razón en las Malvinas, que provoco la pérdida de 712 soldados argentinos? Cuantos miraban los partidos del mundial por tv? Nuestros chicos con pies congelados en suelo cubierto por la tempestuosa nieve al son de la lucha contra verdaderos profesionales, o esos oficiales que bebían whisky (irónicamente ingles) al abrigo y en lugares calefaccionados del sur? Las preguntas se terminan con la inquietud de, cuantos políticos fascistas (sean europeos o americanos) pensaron que los grandes países se hacían con solo empuñar un arma y patear una pelota?

Hay tanta escasez en materia de festejo en la vida, que aun conociendo el trasfondo de una que otra vergüenza, festejamos igual. Por ej. Últimamente, más últimamente se ve el afán de ganar a toda costa, olvidando recapacitar con simpleza. Y es que ganar, sin importar como se obtiene el triunfo anhelado, a fin de cuantas no es ganar. Tirarse en el área para recibir a favor un penal que jamás fue, exagerar caídas para conseguir un rival menos, golpear a mansalva, insultar al contrario, valerse de la debilidad o tibieza del árbitro, discutir todo, actuar en síntesis para provocar una reacción sobre la hinchada, luego aludiendo que esto es fútbol y que no se puede comprender como se dejan manejar por la pasión extrema y que crea excesivos incidentes dentro y fuera de un estadio, a la hinchada de alma y a los barras por igual, aceptar coimas, proferir amenazas y aprovecharse de los recursos leguleyos que no pueden sostenerse con la pelota en los pies, no es ganar definitivamente. Ganar es otra cosa que estamos lejos de alcanzar a divisar siquiera.

Creo que en este juego noble como en tantos otros deportes, estamos perdiendo la consciencia colectiva y la armonía como sociedad que se hace presente a un encuentro deportivo y no a un ring de lucha en el que vale todo, menos detenerse a pensar en la integridad de los partícipes y de los que miran cada episodio por tv. En esa tv, tan delgada como la que adornan muchos de los hogares de nuestra nación, es de un espesor tan grande la violencia que reproduce en simultáneo, tan al instante que podemos captar cada comienzo (muchas veces tristes), cada final (pocas veces felices) de lo que nuestros hijos no se atrevan a continuar o imitar. Estamos contaminando el respeto y la vida en sociedad, estamos estancando a la juventud a no ver otra realidad que no sea las diferencias que parten de un hecho tan banal de un equipo de fútbol. Luego nos preguntamos porque la juventud o los ciudadanos no acogemos como virtud la tolerancia y comprensión, pero estamos perdiendo el juego y perder es lo que esta sociedad no aprende a hacer o al menos su orgullo y su gran velo no dejan ver.

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