24 noviembre, 2024

Los indígenas (América central) descubrieron el chocolate de forma accidental cuando intentaban hacer cerveza,
Esta nueva información sobre el origen del chocolate fue obtenida de vestigios de cacao encontrados en fragmentos de cerámica que datan entre los años 1100 y 800 a. C. y que se hallaron en excavaciones arqueológicas realizadas en las cercanías de Puerto Escondido, Honduras, entre 1995 y 2000.

El chocolate moderno se prepara con la fermentación de semillas de cacao, árbol nativo de la región ecuatorial. Hacia el año 1100 a. C., antiguos productores de cerveza utilizaban vainas de cacao para fabricar sus bebidas. El proceso consistía en fermentar dichas vainas (un poco más pequeñas que una moderna pelota de fútbol americano) para luego utilizar la pulpa en la producción de cerveza.

Sin embargo, desechaban las semillas. «Era una bebida muy fuerte -apunta la autora del estudio, Rosemary Joyce, antropóloga de la Universidad de California en Berkeley-, pero en nada recordaba el sabor del chocolate que conocemos en la actualidad».

Unos 300 años más tarde, la gente comenzó a utilizar las semillas fermentadas de desecho para preparar una bebida no alcohólica que, a pesar de su amargo sabor, era muy apreciada

El brebaje se servía en jarros especiales que espumaban la bebida en las tazas, y se ofrecía para celebrar ocasiones señaladas como matrimonios y nacimientos, apuntó Joyce. Los investigadores realizaron un análisis químico de los fragmentos de cerámica hondureña (restos de aquellos jarros especiales) y descubrieron residuos de cacao.

En el siglo XVI, los exploradores españoles llevaron la bebida de chocolate a Europa. Las barras de chocolate que conocemos hoy día aparecieron por primera vez en Estados Unidos en 1894.

El 3 de abril de 1502, Cristóbal Colón salía, una vez más, del puerto de Sevilla. Su idea era encontrar un paso marítimo que, desde Centroamérica, lo llevase, al fin, a Asia. Era su cuarto viaje al Nuevo Mundo, y la ruta tuvo sus dificultades. Un día, en mitad de una tormenta, el navegante y sus hombres se vieron obligados a desembarcar. Al parecer, interceptaron entonces una embarcación maya que llevaba como carga unas almendras a las que Colón no concedió importancia. Sin saberlo, el Almirante había tenido el primer contacto con las semillas del árbol del cacao.

Más de doscientos años después, Madrid consumía más de cinco toneladas de chocolate al año. Según las crónicas del momento, no había calle en la capital en la que no se vendiese. Esto puede ilustrar que un mal principio no siempre es determinante, ya que el chocolate se obtiene de las almendras que Colón había desechado.

Al principio, los españoles mostraron rechazo por el chocolate, ya que, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, los labios quedaban como manchados de sangre tras beberlo. Aparte de ello, su sabor amargo y picante no los acababa de convencer. Girolamo Benzoni, en su Historia del mondo nuovo, llegó a manifestar que «el chocolate parecía más bien una bebida para cerdos que para ser consumido por la humanidad». Pese a todo, en el siglo XVI llegó a España y fue presentado a Carlos V por Hernán Cortés. A partir de ese momento, su aceptación iría en aumento, llegando a alcanzar cotas muy altas

Según diversos autores, fueron los monjes los encargados de difundir el consumo del chocolate en los monasterios. Con el tiempo, serían los cistercienses quienes lograran mayor fama como chocolateros. Pero no todos los religiosos se mostraron favorables a su consumo. En este sentido, los jesuitas creían que el chocolate era contrario a los preceptos de mortificación y pobreza. Dado que la nutritiva bebida se tomaba también en los períodos de ayuno, pronto se abrió un debate entre los defensores y los detractores de esa costumbre. Fue en el siglo XVII cuando se dio respuesta a la cuestión. Vendría de la mano del cardenal François Marie Brancaccio, que acabaría manifestando: «Liquidum non frangit jejunum», es decir, «el líquido no infringe el ayuno». La Iglesia aceptaba el consumo del chocolate bebido.

 

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