En Copenhague, los molinos eólicos, las ventanas ubicadas en los techos de las casas para aprovechar al máximo la luz solar, los paneles solares, las terrazas verdes y las huertas organicas,toman cada vez más aceptación por parte de la sociedad.
Dinamarca pretende ser un país verde. Éste modelo se convirtió no solo en una forma de vida para sus ciudadanos, sino también en uno de los ejes de su política internacional.
Hasta 1973, Dinamarca dependía totalmente de la energía que importaba del exterior. Desde entonces el Estado probó impuestos para desmotivar el consumo excesivo de energía e incentivos para el reciclaje y el uso de energías fuentes renovables a nivel industrial y domestico.
La economía creció más del 70% desde 1980, al mismo tiempo que se redujeron las emisiones de dióxido de carbono, el consumo de agua disminuyo 40% y casi la mitad de la población comenzó hoy a reciclar.
Parte de su estrategia fue diversificar la matriz energética con una participación cada vez más alta de las fuentes renovables. La progresiva eliminación de los vehículos que funcionan a nafta y diesel y el incentivo del uso de bicicletas. En Copenhague un 40% de los residentes va a sus trabajos en dos ruedas y esperan que para 2025 lo haga el 50%.
No solo hacen energía del viento y del Sol, sino principalmente de los desechos, desde los agropecuarios hasta el agua de cloaca.
Incluso utilizan el excedente del calor generado por la producción de electricidad en las redes de calefacción urbana.