23 noviembre, 2024

Estados Unidos y Corea del Norte han entrado en una espiral de amenazas sin precedentes. Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la política exterior estadounidense respecto al régimen de Pyongyang ha pasado de la diplomacia a las advertencias de “fuego y furia” de esta semana. ¿Estamos cerca de un enfrentamiento armado entre ambas potencias nucleares?

A juzgar por las declaraciones en uno y otro lado, podría parecer que estamos al borde de un conflicto de consecuencias catastróficas, pero si algo aprendimos de la Guerra Fría es que las armas nucleares sirven, pese a que parezca contradictorio, para evitar conflictos. O como mínimo, conflictos directos entre sus propietarios.

A juzgar por las declaraciones en uno y otro lado, podría parecer que estamos al borde de un conflicto de consecuencias catastróficas

Cierto es que ambos países están gobernados por personajes poco dados a la previsibilidad. Kim Jong Un y Donald Trump, pese a ser enemigos, puede que sean mucho más parecidos de lo que les gustaría. Pero cuesta creer que ninguno de los dos se arriesgue a provocar un holocausto nuclear que pudiera acabar con la vida de millones de personas.

Hay mucho más que perder en un potencial conflicto entre ambos países que lo que se pudiera ganar: Una muy improbable derrota de la mayor potencia mundial o el fin de un régimen completamente aislado y debilitado que sólo supone un riesgo para sus propios ciudadanos y, en menor medida, para su vecino del Sur. En cambio, tanto la Casa Blanca como Pyongyang tienen mucho que ganar si se mantiene la tensión.

Trump estaría usando la típica maniobra política del desvío de la atención ante una gestión caótica, unos índices de popularidad históricamente bajos y una investigación judicial que podría llevar a demostrar que el Kremlin trató de perjudicar a Hillary Clinton y como miembros de su campaña habrían estado dispuestos a colaborar. Una investigación que ha llevado al FBI a incluso registrar la vivienda del jefe de la campaña republicana, Paul Manafort.

El experto en Asia y Pacífico del Cidob Oriol Farrés opina que, pese a que la imprevisibilidad de Trump hace “más creíble” su apuesta por una escalada militar, desde Washington se está intentando que se mire para otro lado. “Saben que Corea del Norte es previsible y, si le tocas una serie de resortes, va a responder”, afirma.

Pero entrar en guerra, pese a lo que Trump intente hacer ver, es mucho más complejo de lo que parece. “Hay que tener en cuenta la serie de controles y contrapesos que tendría una decisión como la de entrar en un conflicto bélico con Corea del Norte”, indica Farrés. Además, Estados Unidos, por ser la mayor potencia del planeta, tiene una serie de responsabilidades de cara a la comunidad internacional que dificultarían muchísimo que la Casa Blanca tomara esa decisión.

Visto desde Pyongyang, la existencia de un enemigo exterior (real o imaginario) que sueña con borrar del mapa a los norcoreanos es otra estrategia típica del régimen autoritario para legitimarse, por lo que en tiempos en los que la sociedad norcoreana parece estar cada vez más cansada de su líder, a Kim Jong Un le va muy bien exacerbar ese temor, “esto insufla energías nuevas”, asegura Farrés. De hecho, pese a que al apoyo al hermético régimen parece decrecer, los analistas apuntan a que el ardiente odio a los Estados Unidos persiste.

Pero, además, la escalada de tensión sitúa a Pyongyang en una posición de mayor fortaleza de cara a negociar con la comunidad internacional después de que sus tradicionales aliados China y Rusia votaran en el Consejo de Seguridad a favor de imponer sanciones. “Es un poco una técnica de chantaje”, opina Farrés. “Es un país que está en una situación muy complicada y, cada vez que aparece en los titulares, gana fuerza para sentarse a negociar”, explica.

Así pues, es altamente improbable que se desencadene el armaguedón. De hecho, si echamos la vista atrás vemos que ha habido momentos en los que el conflicto con Pyongyang ha llegado a extremos prebélicos sin que se desatara una guerra. En 2010, el Norte hundió una corbeta militar surcoreana matando a 43 militares. Ese mismo año, el régimen norcoreano disparó obuses sobre la isla surcoreana de Yeonpyeong matando a cuatro personas. Seúl respondió al bombardeo, pero la cosa no fue a más.

Volviendo a Washington, Farrés sostiene que la crisis llega en un momento en el que los EE.UU. debaten qué camino seguir respecto al régimen de los Kim después de años de sanciones que no han servido para derrocarlo. “Es evidente que la diplomacia hasta ahora no ha funcionado”, admite. En este punto Trump tiene razón: Es hora de buscar una nueva estrategia.

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