8 mayo, 2024

Una de las grandes leyes que todos conocemos es la de oferta y demanda. A mayor oferta, menor demanda. Y a menor oferta mayor demanda. Es simple. Si las cosas son más caras el consumidor no las compra. Pero si bajan, ahí salimos a volvernos locos y darle rienda suelta a nuestra fiebre consumista.

Pero también se puede ver desde el lado de la demanda. Cuanto más demandamos un producto, mayor es la oferta. Y hay sobrados casos en la historia que lo confirman.

El más famoso de los últimos años se dio en el año 2009, con la pandemia de la gripe H1N1, más conocida como “Gripe A”.

Y el año pasado se repitió por el mismo motivo, la misma enfermedad.

Además de los medicamentos que se necesitan para mejorar la situación de salud de las personas que contraen dicha gripe, algunos utensilios son fundamentales a la hora de la prevención. Lo que todos ya conocemos, los barbijos y el alcohol en gel. En este último vamos a centrarnos para demostrar lo que sucede cuando nosotros, en nuestro rol de consumidores, decidimos comprar en grandes cantidades algunos productos.

El alcohol en gel picó en punta, con una demanda que creció 10%, en la primera semana el precio había crecido hasta un 50%. En una farmacia de Villa Pueyrredón contaron que el alcohol en gel personal, marca “Pervicol” había pasado de costar $40 a $60.

Según el INDEC, la inflación del mes de mayo de 2016 fue de 4,2%. Y si vamos un mes para atrás nos encontramos con que en abril fue de 6,5% y un mes para adelante, vemos a julio cerrando en 2%.

Es cierto, nada avala semejante suba en el precio del alcohol en gel.

Todos sabemos que economía y ética, no van de la mano. Es muy sencillo indignarse y decir “no se puede jugar con la salud de la gente”. Pero esto poco le importa al mercado. Quien prefiere libertad a la hora de marcar los precios, conocido como “Libre Comercio”.

Entonces si aumenta la demanda, el mercado solo piensa en aumentar la oferta. No solo ofrecer más productos, sino también hacerlo a un precio mucho mayor.

Pensando como demandante ¿No se vendría más si el producto fuera más accesible a la mayoría?

Pensando como oferente me respondo “no. De esta forma vendo menos, produzco menos, por lo que mis costos bajan y percibo una suma de dinero superior”.

Alguna vez, hace ya unos cuantos años, cuando el internet en nuestras casas no era común (de hecho, para mandar un mail, chatear con alguna pareja o jugar en línea, había que ir a un ciber café) le comenté a una persona que trabajaba en una empresa que brindaba este servicio y le dije “¿No venderían mucho más si ofrecieran internet en las casas a menor costo? Porque cualquier madre preferiría tener a sus hijos dentro de sus casas y no encerrados en un ciber durante toda la noche”. La respuesta fue obvia. “NO”. Hacer que ese servicio sea masivo, a la empresa le costaba mucho dinero y en ese momento no estaban dispuestos a invertir en esas cantidades.

 

La oferta y la demanda siempre actuaron de esta manera, el mercado y los consumidores también. ¿Podría el estado regularlo? Si. ¿Sería importante que lo hiciera? Si. ¿Lo va a hacer? Lo dudo.

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