El poder de las ideas es tan fuerte, que cuando se lo utiliza para distraer o para manipular es difícil de controlar.
Desde la izquierda escuchamos “subir impuestos a los más ricos”. Desde la derecha nos dicen “bajar impuestos fomenta el crecimiento económico”. Cuando se utilizan estos slogans fuera de contexto, como titulares, resultan herramientas subjetivas manejadas “a piaccere” por quien tiene la pluma. Los mismos principios no pueden aplicarse de la misma manera en todos los países y en distintos momentos por igual. Argentina es un país que, según el Banco Mundial, está en el podio de los países que más impuestos cobran a las empresas y entre los 20 que más cobran a las personas. Estados Unidos, una de las primeras economías del mundo aplica 4 impuestos. Argentina, 96. La estadística de recaudación del Estado Nacional (Nación, Provincias, Municipios) para sus gastos es comunicada por el titular de la AFIP es en proporción a los habitantes y a sus ingresos, altísima. Estos recursos, que configuran las finanzas públicas deben cumplir con la obligación hacia 20 millones de personas que todos los meses reciben un pago del Estado. Paralelamente, en el sector productivo formal, trabajan 8 millones de personas. Algo salta en este dato. Con estas proporciones, más, menos, hemos experimentado en nuestra historia reciente, muestras de dos standares contrapuestos en la Economía, sistema proteccionista en el anterior gobierno (Kirchner) y sistema liberal en el actual (Macri). En el medio, todos los días, los ciudadanos se dividen opinando a favor y en contra, los medios hacen lo mismo y los políticos se debaten en interminables palabreríos. La ideología con la que somos gobernados y las respectivas medidas aplicadas en las políticas económicas que las definen, si bien son vitales, porque marcan el modo de transitar de la economía del país, considero que solo son la parte más pequeña del iceberg a afrontar, ¿Cuál es el bueno y cuál es el malo?; debajo del agua, se esconde el verdadero problema de nuestro país, que no se trata con la profundidad necesaria, como la enfermedad que si no se diagnostica y trata a tiempo, enferma cualquier panorama a futuro; nos lleva sin prisa, pero sin pausa, al destino fatal de las crisis, que reiteradamente nos embargan. Nos subimos al Titanic alegres y entusiasmados, a disfrutar destellos de lujos con subas de consumo temporales a las que indefectiblemente, les sigue el hundimiento y el fracaso. Sería bueno preguntarnos por qué nos ocurre. Porque el verdadero problema lo encontramos en el Estado. El problema es el Estado. En qué estado está nuestro Estado. El diagnóstico de la enfermedad está en él, más allá de si es grande para algunos o chico para otros, tenemos un Estado que no entiende un principio vital, que confunde su objetivo de que con las finanzas públicas bien gestionadas, debe satisfacer las necesidades públicas. Esto implica, acabar con gastos superfluos, interesados, partidistas, indebidos, inmorales y desiguales.
El estado está enfermo, tiene distorsiones, cree que puede gastar más de lo que le ingresa y que eso no tiene consecuencias. El Estado es un gigante débil, mal alimentado, infectado y poco productivo. Según el Banco Mundial estamos en el podio de los países que cobran más impuestos a las empresas y entre los 20, que más les cobran a las personas. Su entramado de recaudación es avaro e insaciable. Los sistemas tributarios no son sólo un medio de recaudar tributos, deben ser un instrumento para impulsar y atraer actividades productivas. Lo que se destina a impuestos, debe ser razonable y lógico para que pueda ser pagado. A una naranja no se le puede extraer más jugo del que tiene, es una regla de la física, ya ni siquiera de la matemática ni de la contabilidad. Y debe tener una contracara atractiva, beneficiosa el efecto “pagar”. Que esos impuestos vuelvan en beneficios. En beneficios para quién. ¿Para los privilegiados? ¿Para los pobres? Para las empresas? La respuesta es la que todos conocemos, para todos. Pero, ¿en qué medida? En la que sea sustentable. En proporción a los recursos disponibles.
¿Cuál es el foco de atención, el objeto de trabajo entonces? Tener un Estado eficiente. Un Estado sin corrupción, transparente, que no derroche, que priorice, que distribuya con equidad, que fomente iniciativas privadas, que sea aceitado, simple, que facilite la vida al ciudadano y a las empresas, no que lo entorpezca y ponga palos en la rueda. Cuando tengamos un Estado eficiente, el país va a poder funcionar bien. El estado debe canalizar las energías de la sociedad, ordenarlas y distribuirlas para el bien común. Esa es una buena gestión de las finanzas públicas.
Bibliografía:
http://www.ambito.com/860133-argentina-entre-los-que-mas-impuestos-cobran-a-empresas
https://www.clarin.com/economia/economia/21-millones-personas-cobran_0_B1dVPeZ1W.html