En el marco de la protesta social por despidos en una fábrica, el grupo de ex empleados de la organización se reunió en las puertas del lugar donde funcionaba la planta. Adentro: sus puestos de trabajo, ubicados en el mismo lugar hace más de veinte años, estaban ahí las maquinas con las que todos los días llevaban a cabo sus funciones bien delimitadas, quedaron también los pasillos que nadie recorre y las cámaras de vigilancia que repiten que allí ya no hay nadie a quien controlar. Afuera: personas que ya no sirven, se dieron cuenta que siempre fueron reemplazables. Esperan sus correspondientes liquidaciones. Tal como lo indica el sistema legal y burocrático que los enmarca como empleados y como ciudadanos. Aunque lo que quisieran es seguir trabajando como la semana anterior.
Hombres y mujeres modifican la circulación de los transeúntes. Nadie se queda esperando que se vayan, todos doblan o intentan esquivarlos como es habitual ante una situación así. Los periodistas informan sobre el tráfico afectado. “Una protesta de empleados está emplazada sobre la calle e impide el tránsito normal en la zona”. ¿Y por qué cortan la calle los empleados? Es que ya no lo son. La empresa decidió cerrar las puertas de la locación donde todos ellos eran la base de una pirámide jerárquica que se desmorona.
La información recae en los espectadores que continúan con su vida estándar. Para algunas personas esta noticia no resulta trascendental. Otros lo resignifican con su propio pasar, o con la situación del país en el que viven, quizás, alguno solo se solidariza. De repente en la puerta del edificio antes funcional, ya no están parados los empleados solamente. Están sus familias, sus amigos y los acompaña un grupo de personas que cancelan su individualidad para buscar un fin común; quieren respuestas. De quien sea: del grupo económico, de los entes reguladores, del Estado en sí mismo. Solo obtienen silencio, esa fue la respuesta; no intervenir. Habrá quien lo traduzca como un paso al costado, desinterés, conveniencia o seguramente alguien lo justificará con la corriente política que emana del gobierno. Los medios siguen atestiguando la situación en cada una de sus instancias, presentes buscando la inmediatez de la transmisión.
La novedad corre a través de los programas informativos, las radios, los diarios y sus formatos digitales. Alcanza a todo el país generando lo mismo en aquellas personas distantes geográficamente. No representan únicamente un grupo de desempleados más en una larga lista. Dan cuenta de las medidas que se toman y sus consecuencias. En Jujuy un hombre que venía escuchando la radio en el colectivo; con la misma indignación que sintió cuando lo despidieron a él, twitteó:“#BastaDeDespidos”y en Bariloche una chica de secundario le cita y agrega “#BastaDeDespidosque formen una cooperativa”. En Mendoza comienza el programa de radio levantando los trendingtopic de la red social y al aire se solidarizan con ese grupo de personas que perdió su trabajo. José Ortega y Gasset lo explicó de la siguiente forma: “En rigor, la masa puede definirse, como hecho psicológico, sin necesidad de esperar a que aparezcan los individuos en aglomeración” Este concepto está plenamente vigente y los recursos que brinda la tecnología lo vuelve aun más.
Para ese entonces uno planteó la idea y el resto lo siguió. Pusieron en marcha la línea de producción.Siempre debía haber alguien dentro, para que el patrón no se lleve la maquinaria a otro lado. Sin ellas todo pierde el sentido, son las que codificaron el espacio, alrededor de las que existe la industria. Si se las llevan, un galpón donde podría caber un imperio no es más que un lugar vacío, carente de significado.
Entonces el gobierno respondió a través de uno de sus brazos, sancionando la rebeldía del grupo. El mensaje fue “largo de aquí”, el sentido fue disciplinario y normalizador. Como dijo Michel Foucault en su libro Vigilar y Castigar : “El éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica y la sanción normalizadora”. La herramienta para lograrlo fueron los oficiales de policía que acataron la orden de sacarlos de allí. Los comunicadores siguieron la noticia. Todos aquellos que quisieran escucharla en donde fuera que se encuentren, solo debían consumirla. Luego de haberlos dispersado se fue silenciando su historia; las notas menguaron hasta desaparecer de los noticieros, no estaba en los tabloides; las radios encontraron cuestiones emergentes que ocuparon su lugar. Aquellas personas que se mantenían al tanto no supieron más, no preguntaron, prosiguieron con sus vidas cotidianas.
El abandono de la causa no debería sorprender a los despedidos, ya que los medios masivos marcan de cierto modo la agenda de las personas. Es decir presentan y siguen los temas de interés, entonces al no haber más informadores en el lugar, nada se supo, como si no sucediera. Todo se debe a que los periodistas responden a los intereses económicos de sus empleadores, las empresas de difusión. Partieron con sus cámaras y sus micrófonos. Aquellos desocupados tendrán que encontrar cómo seguir adelante sin el apoyo envalentonado de la multitud.
En la sociedad moderna capitalista es el mercado el que dispone las condiciones para que una empresa siga en pie, para que un hecho sea notica. Es dentro suyo que se sumergen los desocupados para la búsqueda laboral. Ahí pujan con sus condiciones contra las de los otros, al igual que cualquier producto que se oferta. Como lo hacen las noticias para ser elegidas por sus receptores. Toda mercancía debe ser vendida, y esto incluye a la fuerza de trabajo; aquello que no lo logre será reemplazado, removido, excretado.
Por Guadalupe D. Mendive Serrano