26 diciembre, 2024

La falta de valores está muy unida a la corrupción como fenómeno creciente en la política, en el gobierno y en los negocios en general. La debilidad en la ética personal y en los valores que se practican llevan a que la gente haga cosas malas creyendo que son buenas  y a pensar, actuar o dejar de hacer a los demás sobre la base de que lo que no está expresamente prohibido por la leyes, está permitido. Surgen aquí y allá conductas ambiguas, conflictos de intereses mal resueltos e indelicadezas en el manejo del dinero ajeno, ejemplo: con frecuencia se habla de los llamados “ladrones de cuello blanco”, es decir , gente que se supone que debía actuar honestamente pero, bajo su capa de honradez, lo que en realidad hacen es defraudar, engañar o robar.

Quienes defraudan hoy ya no son solo algunos empleados de empresas  actuando como ladrones de cuello blanco, sino gente del común y corriente: la artista famosa que roba ropa interior de un  shopping y quien, después de ser obligada a pagar una multa, la vende en subasta pública para destinar los fondos a una obra de beneficencia; los muchachos de familias ricas que roban en los supermercados; los empleados de una fábrica que sacan materias primas o los de un comercio que esconde en su bolsillo parte del dinero que reciben en efectivo, quienes manejan licitaciones de compras  para entidades oficiales  y privadas y solicitan un pago para favorecer a determinada firma proponente, etc..

Es preferible callar para no crearse enemigos. Hay quienes pasan por “tontos”, a juicio de los demás, sino aprovechan la ocasión de volverse ricos haciendo a un lado lo que se consideran” perjuicios morales” (honradez, pulcritud en el manejo de las cosas ajenas hasta el detalle, no aceptar imperfecciones en el acabado de un producto o en la prestación de un servicio, o señalar despilfarros en los bienes de la empresa).

Mi forma de romper el Paradigma seria:

En la ética, como ciencia práctica de la conducta humana, hay principios universales reconocidos como absolutos. Son normas prácticas propias del obrar moral del hombre, independientemente de su cultura, raza, ideología o religión.

  • La persona tiende por naturaleza a hacer el bien y evitar el mal.
  • El ser humano está dotado de una dignidad esencial.
  • La vida humana debe ser respetada como un bien inalienable.
  • Hay que decir la verdad y evitar la mentira.
  • El fin no justifica los medios.
  • La persona tiene derecho a su pleno desarrollo
  • La libertad es esencial para el desarrollo de la persona.
  • El bien común es superior al bien particular en el mismo orden de cosas
  • La persona tiene derecho a participar en los destinos de la sociedad`
  • La familia es un ámbito indispensable para el crecimiento de la persona
  • El ser humano es capaz de comprometerse y cumplir lo prometido
  • El trabajo es ley de vida y derecho básico para la subsistencia personal.
  • La naturaleza es un ámbito esencial para la vida y como tal debe ser respetada.
  • La persona tiene derecho a vivir en paz.

E incluso se puede afirmar lo mismo de valores que no representan un compromiso espiritual tan fuerte como los éticos. En estos valores (los naturales, económicos, sociales, culturales, estéticos) la noción misma de valor posee, por decirlo así, una intensidad diferente a la de los valores éticos. Podemos decir que estos son trascendentales porque están inspirados en principios que van más allá de la persona concreta y afectan a todos.

Conclusión:

La necesidad y el ansia de renovar profundamente a los individuos, en la familia, en la educación, en las empresas y en la sociedad en general, son siempre un estímulo para el cambio personal y colectivo, especialmente si está centrado en los valores. Si se logra que los valores estén arraigados en la conducta de los individuos, es más fácil que estén arraigados en la familia, en la empresa y en la sociedad. Lo contrario no parece que sea la dirección correcta en este camino.

Cuando faltan valores o no están suficientemente fortalecidos en la conducta, las personas y las organizaciones se vuelven mediocres, conformistas, facilistas, sin visión de futuro y sin grandeza de ánimo para emprender tareas ambiciosas. Si escasean valores como la magnanimidad, la gente se contente con ir tirando, a lo sumo con “lo bueno” entendido como lograr sobrevivir en medio de las circunstancias. O, aspirando a imitar lo que hacen los demás, cuando no, sometidos al conformismo ante los males presentes y con mucho temor al futuro. En una situación de este estilo por contraste, se nota la urgencia de los valores, la necesidad de la gente valiosa, que es quien puede ejercer un liderazgo participativo, comprometido, proactivo y optimista.

Hay muchas personas que, al tener una influencia muy alta en otros por razón de su condición, cargo o relaciones, podrían ejercer un liderazgo mucho más activo, tan necesario para el entorno. A veces no se peca por no tener sino por no poner a disposición de otros los conocimientos, ejemplos y vivencias que hacen bien. En una empresa en la que el gerente, muy interesado por el bien común y por la vivencia de los valores, hablaba con una persona experta en desarrollo humano, ésta le decía: “me sorprende conocerlo porque no es nada común que en una empresa sea el Gerente el más interesado en estos temas de valores para su gente y que esté a la cabeza de este tipo de procesos, pues lo normal es verlos interesados en cifras y resultados; tal parece que el interés por las personas es una “ocupación” solo del área de Recursos Humanos, la que incluso propone programas para la gente pero con el único afán de que sea más productiva, sin interesarles el efecto de su empresa en el mundo y en cada una de las personas”.

Autora: Mirta Linkevicius

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