26 diciembre, 2024

El primer antecedente del turismo en América Latina, y de manera particular en la Argentina, lo dieron las fuertes corrientes de inmigrantes
Sin embargo, los que primero comenzaron a utilizar en nuestro país, al igual que en los países hermanos del Continente, el recurso turismo como disfrute del ocio y del tiempo libre, no fueron precisamente los inmigrantes ni sus primeros descendientes, fruto del mestizaje con la población local, sino quienes usufructuaron del “neg-ocio” o del trabajo obligado (además de necesario y deseado) de aquellos. Como podemos apreciar, el hombre estaba obligado al trabajo en espacios sumamente controlados y todo desplazamiento podía ser objeto de amenaza. La conquista del desierto, los ferrocarriles ingleses, el alambrado, el Registro de Propiedad, el mejoramiento de las razas y de los frigoríficos, permitían a la “gente decente o principal”, dueña ya del poder económico y político iniciarse en la experiencia pre-turística, aunque no se la conociese por ese nombre. Mientras las corrientes migratorias procedentes del interior y el exterior se hacinan en los conventillos y en los tugurios de las principales ciudades, sin posibilidad alguna de imaginarse siquiera desplazamientos más allá del propio barrio –el café, el potrero, la pista de baile- para el disfrute de sus escasos momentos de tiempo libre, las clases acomodadas practican después de la Primera Guerra y hasta los preámbulos de la Segunda, viajes dentro y fuera del país, como anticipo del turismo nacional. Tuvieron que acontecer fuertes cambios históricos en el mundo y en América Latina, para que también los argentinos, como comenzaba a suceder en las sociedades de las naciones más industrializadas, pudieran experimentar formas inéditas de uso del tiempo libre, base de la actividad turística, como resultado de conquistas políticas y sociales por parte de las grandes masas.
En 1930, en los preámbulos del desarrollo industrial nacional, los trabajadores habían obtenido la ley de descanso del sábado por la tarde el llamado “sábado inglés”, cuyo origen estaba en las grandes luchas de los sindicatos de EE.UU. y de Europa y también en las nacionales. El país comenzaba a incorporarse a la sociedad industria, la de la “línea de montaje” creada por Henry Ford, y el ocio dejaba de ser cosa de “vagos” o de “malentretenidos”, sino una posibilidad de rentabilidad para el capitalismo industrial.
El crecimiento industrial y la plena ocupación, junta con una más equitativa distribución de la renta –los trabajadores representaban en la misma un porcentaje superior al que era propio del sector empresarial- tuvieron su complemento natural en el aguinaldo, las licencias pagas por enfermedad y un amplio sistema jubilatorio –la jubilación no interrumpía el goce de las obras sociales de los sindicatos- que incentivó el consumo y los desplazamientos en los periodos vacacionales y en el tiempo libre.
Los “Derechos de la Ancianidad” eran publicitados por el gobierno, y se sumaban a los “Derechos del Niño”, de la Mujer y del Trabajador. La Constitución sancionada en 1949, incluía en su Capítulo III, como “Derechos Especiales”, los de la Familia, y de la Educación y la Cultura. Allí se contemplaban los derechos fundamentales a la asistencia, a la vivienda, a la alimentación, al vestido, al cuidado de la salud física, a la salud moral, al esparcimiento, al trabajo –“cuando el Estado y las condiciones lo permitan, la ocupación por medio de la laborterapia productiva ha de ser facilitada a la tranquilidad y al respeto”.
Mar del Plata y otras playas atlánticas, las sierras de Córdoba, e inclusive Bariloche, se convirtieron en lugares de vacaciones para familias, niños y ancianos. El turismo social se anticipó de ese modo al turismo internacional después de la Segunda Guerra, merced a la labor de las poderosas organizaciones sindicales, con sus grandes hoteles en los principales lugares de veraneo para sus afiliados y familias, la promoción de los deportes y las competencias juveniles a lo largo del país y la construcción de modernas unidades turísticas  como las de Chapadmalal, en las playas del Atlántico, y Embalse de Río Tercero, en las sierras de Córdoba, o las de la alta montaña cordillerana, en Puente del Inca y Las Cuevas.

 

También el turismo internacional –del que, por otra parte, manejamos más datos hoy en día- presenta facetas de sumo interés que exceden las cifras de llegadas y de ingresos o el gasto diario o total por país de origen. Ello conforma una realidad que países como los nuestros no deben subestimar dadas sus implicancias en la economía y en el empleo, así como en la balanza de pagos, además de las que le son propias en los campos del intercambio sociocultural y en los proyectos de integración regional. Razón que justifica sobradamente el análisis de la información principal existente en este rubro tanto en la Argentina como en los restantes países mercosureños y latinoamericanos.
En el caso argentino, la llegada de turistas internacionales responde a una mezcla de motivaciones, entre las que figuran nuevos horizontes económicos (emigración encubierta como turismo en el registro de entradas), negocios, e interés turístico clásico. Los flujos turísticos estuvieron siempre condicionados por las circunstancias políticas y económicas del propio país, como de los países originarios de los turistas.

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