19 diciembre, 2024

Los cambios estructurales en los modos de funcionamiento de la economía argentina en los años 90 vinieron unidos a importantes cambios en el funcionamiento del mercado de trabajo. El programa de ajuste estructural, denominado «plan de convertibilidad» cuyo principal objetivo fue desarrollar una estrategia que permitiera cumplir con las obligaciones financieras internacionales, y al mismo tiempo producir un proceso irrestricto de apertura de la economía argentina, fue el principal factor que aceleró las tensiones previamente existentes en el mercado de trabajo argentino.
La apertura irrestricta de la economía produjo el cierre de establecimientos que no pudieron adecuarse a las exigencias de la competencia externa, la reforma del estado implicó la pérdida del poder contrabalanceador que ejercía éste en la absorción de empleo, las reformas monetarias y particularmente, las ligadas a la fijación de altas tasas de interés no facilitaron la reconversión de aquellas unidades productivas que necesitaban encarar una reestructuración para hacer frente a la competencia externa. Por último, la ausencia de criterios orientadores para la incorporación de cambio tecnológico, sumado al descenso abrupto en los costos de los bienes de capital, produjeron una sustitución de trabajo por capital. La conclusión más importante es que se llevó adelante un proceso de reformas estructurales sin prever que produciría altos niveles de desempleo en el corto y mediano plazo en una magnitud que no podría ser absorbida por la economía.
En el caso de las economías regionales, este proceso ha sido aún más gravoso dado que muchas de ellas tenían una fuerte orientación hacia el mercado interno, tal el caso del Gran Rosario, con una economía basada en una industria local intensiva en mano de obra y que fue incapaz, por defectos propios y por procesos desatados por el Plan Económico de reconvertir su actividad y crear actividades sustitutivas capaces de demandar empleo.
La producción local, organizada sobre la base del sector metalmecánico, y fuertemente orientada al mercado interno, resultó especialmente dañada por las importaciones sustitutivas. El rubro textil acompañó esta tendencia negativa. A ello, se agregaron las irresueltas dificultades de la actividad química y petroquímica durante los primeros cuatro años de la convertibilidad, imposibilitada de competir internacionalmente por el atraso en el tipo de cambio. Finalmente, en algunos grandes conglomerados productivos comenzaron a implantarse nuevas tecnologías productivas -como en la industria aceitera exportadora- que incidió negativamente sobre la demanda laboral. Como resultado de esta contracción en el sector dinámico del área, las dificultades económicas se propagaron al comercio y los servicios, que experimentaron fuertes retrocesos en su nivel de actividad y en su capacidad de ofrecer plazas laborales a quienes quedaron fuera del circuito productivo manufacturero.
El Gran Rosario, fue por lo tanto, durante toda la década del 90 una región con altas tasas de desocupación, y con una tendencia a la baja en la tasa de empleo. En efecto, el valor más bajo de la serie de los 90 se registra en 1993 (10,8%), la tasa se duplica en mayo de 1995, llegando al 20,9 por ciento, tiene un descenso entre 1997 (16,1 % en mayo) y 1998 (13,8 % en mayo). Sin embargo, en mayo del 2000 sigue siendo muy alta (18,5%). (Gráfico 1). Por ese motivo, nos concentramos en el análisis de las consecuencias sociales de la desocupación en esta región en la década de los 90, dado que por la permanencia de estas tendencias, su población ha estado expuesta a una situación de desempleo estructural.
La literatura sobre consecuencias sociales de la desocupación da mucha importancia al análisis del proceso que debe enfrentar un desempleado en el contexto de sus redes de relaciones. (Discry Théate, 1996; Fagin y Little, 1984). Cuando analizamos más específicamente los cambios que sobrevienen en el grupo familiar cuando uno o varios miembros quedan desempleados, vimos sobre todo que hay tres consecuencias importantes que aparecen de forma reiterada en las familias con las que hemos tomado contacto.
En primer lugar, el desempleo origina importantes cambios en las pautas de conformación de los hogares, expresándose en separaciones, y conformación de nuevos hogares por allegamiento cohabitacional. En algunos casos, estos cambios se relacionan con conflictos preexistentes que el desempleo viene a actualizar; en otros casos, la misma situación de pérdida de ingresos genera mayor conflictividad familiar, especialmente a partir de la emergencia de la desocupación de más de un miembro.
En segundo lugar, y en lo que se refiere a los cambios en la división del trabajo en el hogar, una consecuencia importante es la intensificación del trabajo de las mujeres (ya sea porque buscan activamente empleo estando desempleadas o porque aumentan la cantidad de horas de trabajo) y ello trae aparejado problemas en el rendimiento escolar de los niños, en tanto la familia les ha delegado la responsabilidad por las tareas vinculadas a la reproducción social en el hogar.
En tercer lugar, la reconstrucción del episodio de la desocupación, conjuntamente con las trayectorias laborales de los distintos miembros del hogar, permite constatar que en muchos casos, el desempleo del jefe de hogar y/o la cónyuge, trae aparejado el desempleo de otros miembros, que salen a buscar trabajo para recomponer el presupuesto doméstico a partir de la pérdida de ingresos. En este aspecto los datos cualitativos son muy consistentes con los indicios que fuimos expresando en el análisis de las tasas específicas de desocupación y en la comparación de las tasas de actividad de los distintos miembros del hogar.
La diferente forma de enfrentar la desocupación entre los varones y las mujeres del grupo doméstico, permite extraer importantes conclusiones acerca de los cambios que se producen en las relaciones de género de los miembros del hogar.
Para los varones, estar desempleado, pone en crisis su representación en torno al trabajo remunerado como sostén de la identidad masculina. Todo esto está indicando que junto a la depresión que la desocupación genera en varones y mujeres, en el caso de los primeros el relato de esta sensación de pérdida de interés y desmotivación viene unido a una crisis con respecto a la percepción que tienen los varones respecto de su papel en el hogar.
En ese sentido, siguen teniendo mucha vigencia las primeras investigaciones sobre las consecuencias sociales de la desocupación que planteaban la cuestión del trabajo como referente importante de la temporalidad cíclica. (Jahoda, 1987) El retorno de los varones a la esfera privada significa una mayor dificultad para organizar la temporalidad, ya que no tenía el hábito de organizar una rutina diaria en el interior del hogar. Para las mujeres en cambio, el desempleo implica una crisis de identidad sólo entre aquellas que tienen una imagen del trabajo como carrera profesional. Para quienes -como la mayor parte de nuestras entrevistadas- realizaban un trabajo remunerado ligado a la mercantilización de tareas domésticas, el desempleo implica una pérdida de un espacio «fuera del hogar», pero no produce desestructuración temporal. La rutina diaria se reorganiza en la esfera doméstica y la desestructuración es espacial antes que temporal. Sólo entre aquellas mujeres que tienen una imagen del trabajo como carrera profesional, el desempleo implica también una ruptura temporal.
Se podrían establecer entonces algunos nexos teóricos entre el significado del desempleo para varones y mujeres, y la relación que existe entre el trabajo y la percepción de la masculinidad y feminidad. Para los varones el desempleo produce una ruptura temporal y espacial porque el trabajo remunerado está ligado a su percepción de realización de actividades en la esfera pública, como sostén económico del hogar. Para las mujeres el desempleo, produce una ruptura temporal, pero no genera tanto conflicto entre lo público y lo privado, porque la visión de sí mismas con respecto a la permanencia en el hogar, no genera conflictos en el mismo sentido en que sí lo produce entre los varones. No obstante, pareciera que la situación de conflicto que genera el desempleo, en algunos casos pone en cuestión estas representaciones, en tanto no pueden seguir sosteniéndose sobre la base de una división de roles económicos que se modifican (el varón ya no es el sostén económico, la mujer trabaja más horas o empieza a buscar trabajo).
En esos términos, los conflictos familiares que desencadena el desempleo pueden ser enfocados desde una perspectiva de género, cuando en muchas del trabajo en el hogar donde el varón empieza a asumir las responsabilidades de nuestras familias, la división del trabajo al interior del hogar comienza a ser cuestionada por las mujeres, y en muchos casos, por los hijos.
En lo que se refiere a los cambios en los roles económicos de las mujeres vimos que existen diferencias en la situación de aquellas mujeres que ya tenían un empleo remunerado y se vuelven principal sostén económico del hogar a partir de la desocupación del jefe; las jefas de hogar en situación de pobreza que han transitado siempre situaciones de mucha inestabilidad laboral y que quedan desocupadas con la disminución de las oportunidades de empleo y aquellas mujeres que no tenían empleo remunerado y empiezan a buscar trabajo a partir de la emergencia de la desocupación del varón. Vimos que los cuestionamientos de estas mujeres son diferentes y particularmente, remarcamos el alto grado de vulnerabilidad social y privación que deben enfrentar las jefas de hogar sin compañero, con hijos pequeños y que ya no pueden resolver la subsistencia mediante la realización de trabajos esporádicos.
Por último hemos visto que se producen cambios importantes en los arreglos familiares a partir del cambio en los roles económicos de varones y mujeres. En este caso, hemos registrado nuevas e inéditas formas de organizar la convivencia donde varones y mujeres ocupan un lugar distinto al que tenían con anterioridad: subdivisión de la vivienda, cambios en la administración del presupuesto y -en algunos casos- una nueva división del trabajo en el hogar donde el varón empieza a asumir las responsabilidades domésticas.
 

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