El mundo de las relaciones económicas y del comercio internacional tal y como lo conocemos hoy en día no surgió de imprevisto o repentinamente, todo lo contrario, conlleva un proceso iniciado desde hace más de dos décadas, comenzando con una integración económica global pronunciada. Esta integración incluye no solo el avance en el comercio, sino las migraciones laborales y el surgimiento frenético de inversiones entre países y empresas, eventualmente. Precisamente, estamos haciendo referencia al proceso de la globalización; un proceso el cual, si bien se logró localizar sus comienzos, en términos generales, aún no finalizó, y aunque varios autores consideran que su fin se acerca, personalmente, estimo que aún no se encuentra en su revolución máxima, ni mucho menos, a finalizar.
Este proceso está discriminado, para su mejor comprensión, en 3 “olas” o etapas, donde se concentra en la búsqueda de la unión, creación y desarrollo de una cultura uniforme para todos los habitantes del planeta, pretendiendo generar un proceso de homogeneización.
Su surgimiento, ergo primera oleada, se estima que ocurrió entre los años 1870 a 1914. Fundamentalmente, este asomo de proceso trajo consigo un sentimiento de libertad e independencia comercial y económica, provocando la disminución de las barreras arancelarias debido a, justamente, numerosas proclamaciones de independencias de pequeñas y grandes colonias americanas. Por otro lado, la llegada del carbón, algodón, hierro, el uso del vapor para los barcos, produjo un cambio formidable en la percepción del mundo y la comunicación con el mismo, es decir, es más sencillo y ventajoso comerciar con países lejanos ahora que las condiciones están dadas. Sin embargo, la globalización no se detuvo allí, luego de esta oleada, entre los años 1945 a 1980 las barreras arancelarias siguieron disminuyendo, así como también los costos de transporte, pero por sobre todo surgieron productos que se llevaron el rol principal y que caracterizó a esta etapa, como lo son, el petróleo, los productos de lujo y las carnes. Junto a estos cambios radicales, también se destacó un profundo proceso de especialización de los países en la manufactura, obteniendo mayor productividad a través de economías aglomeradas, con un mercado imperfecto. Finalmente, llegamos a la actualidad, donde la tercera oleada de la globalización, aún vigente, iniciada en 1980 sobresalió por sus crecientes y numerosas inversiones transnacionales, una marcada desigualdad social, y una mayor especialización de los países, dando uso a la mano de obra barata de naciones como China, India o Brasil.
Como pudimos entender, el proceso de la globalización ha sido un factor determinante que afecta el destino de muchos países, y entre ellos, la economía y sociedad chilena, siendo una de las más dependientes del proceso en cuestión.
Chile se enfrentó a la primera etapa de la globalización con entusiasmo e ímpetu por ingresar al “nuevo mundo”. Adoptó una apertura unilateral, con una reducción de los aranceles aduaneros del país, potenciando así el flujo de intercambio comercial con el exterior. Fue una de las pocas economías que logró tasas de crecimiento de sus exportaciones lo suficientemente grandes y constantes como para asegurar tasas de crecimiento significativas entre 1850 y 1913; y más adelante, en la década del ‘20, tres cuartas partes de sus exportaciones totales se representaban en cobre y nitrato, fuera del área agrícola o manufacturera. Durante la I Guerra Mundial, el comercio en América Latina en general sufrió importantes debilitamientos, principalmente, por las restricciones al comercio debido a las dificultades de transportes y los desabastecimientos en los mercados; no obstante, aparecieron oportunidades de negocios y expansión con el crecimiento exponencial de la demanda de recursos naturales; y aquí es cuando Chile recupera su economía gracias al aumento de sus exportaciones, y en menor medida de sus importaciones. Esta mejora en sus balanzas perdurará hasta la crisis de 1920.
Actualmente, Chile mantiene una clara dependencia al proceso de globalización. Se aferra a ella como si fuera la única estrategia, o el último recurso, para salvar a su nación del subdesarrollo, y pertenecer al abanico de países que se destacan en el mundo por su carácter desarrollado, independiente y con fortalezas económicas.
En 1973 Chile sufrió un golpe de Estado a manos de las Fuerzas Armadas, contrayendo cambios profundamente estructurales al país. La reestructuración se enfocó, especialmente, en un consistente conjunto de políticas de liberalización y desregulación, para desmantelar el aparato institucional y productivo pasado. Bajo este nuevo enfoque, desde mediados de los ‘80, una vez transcurridos los años más duros de esta nueva organización, comenzó la etapa de fuerte crecimiento, aumentando el sector industrial y, por lo tanto, laboral, pero disminuyendo el desarrollo de la labor agrícola.
Si bien Chile no ha sido, en términos comparativos a la región, un país de inmigración y migraciones masivas, la mayor concentración de migraciones se realizó en los años ‘70, cuando una gran masa de población del interior se dirigió hacia el área metropolitana, hacia la ciudad de Santiago de Chile, provincia de Cordillera y Chacabuco. Esto se debió, a un aumento en la actividad industrial y laboral, a partir de políticas de liberalización económica y de desregulación de la gestión urbana. Además, tanto las condiciones establecidas por la apertura al exterior, como el constante aumento de los ingresos medios de las familias, contribuyeron a la utilización del transporte automotor y de las tecnologías de la información, otorgando mayor fluidez en las comunicaciones. Este proceso ha significado que, en los últimos treinta años, la ciudad creció desde un millón a tres millones de habitantes, es decir, hasta cerca de un tercio de la población nacional, en 1970 contra sólo un 18% en 1940, y un 14% en 1920.
Ahora bien, en Perú, la situación fue totalmente distinta. Si bien ambas naciones comenzaron desde hace más de 100 años relaciones comerciales, Perú es uno de los países en la región que no se insertó por completo en la globalización hasta finales de 1970, con el objetivo de sobrepasar su fracaso de la industrialización por sustitución de importaciones. Entre las principales medidas tomadas se encuentran:
- Reforma tributaria
- Liberalización del mercado y reducción de aranceles
- Privatización
- Flexibilidad laboral.
Si bien fueron cambios radicales, y los que vendrán también, se destaca a inicios de su inserción una reestructuración fundamental en sus cimientos políticos.
En un proceso donde las políticas nacionales cada vez son menos importantes y las políticas internacionales adquieren mayor protagonismo, se formaron cambios radicales en su estructura política, trayendo consigo también cambios en la ideología de la población peruana.
En los ‘90, Perú contaba con organizaciones políticas estructuradas y organizadas. El Partido Aprista Peruano, Acción Popular, Partido Popular Cristiano y la Izquierda Unida. Todos estos partidos se desgastaron y fueron desapareciendo paulatinamente a la vez que los movimientos liberales insistían a voz alta la necesidad de una economía abierta y modernizada, con empresas, estilos de vida de gobiernos e intereses transnacionales.
La globalización trajo consigo también, cambios en el espacio y tiempo. El carácter más global que adquieren los procesos sociales cuestiona el marco nacional en que se desenvuelven previamente. Mientras que hay un cambio en el tiempo, donde éste se acelera, provocando que la acción política sea una actividad escasa, los políticos no pueden basar su política en proyectos históricos, porque la “nueva” sociedad de los ‘90 no pretende invertir más tiempo en el futuro, y aprovechar todo para el presente.
Con su inserción en el “nuevo mundo”, Perú ingresa a una economía de libre mercado y muchas de sus industrias nacionales colapsaron ante las empresas transnacionales, por la gran brecha tecnológica y subdesarrollo de la región. Además, provocó que el cliente nacional comenzara a exigir productos diversificados y de mayor valor agregado.
Se puede destacar, que la entrada de inversiones extranjeras más importantes son las que se han producido en sus sectores primarios tradicionales, como la energía, minería y petróleo, pero también en su sector de servicios, las telecomunicaciones, electricidad, bancos, líneas aéreas, etc.
En cuanto a su población, desde 1980, Perú entra en las últimas etapas de la transición demográfica, caracterizada por un descenso en la emigración internacional. En simultáneo, se acentuó la urbanización y la litoralización por efecto de las migraciones internas. Esto se debe, lógicamente y como la mayoría de los países en desarrollo, al aumento creciente del trabajo, las comunicaciones y el transporte, siendo más sencillo a la población mudarse y radicarse en zonas cercanas a sus comodidades y labores.
Con relación al pasado, la historia entre Perú y Chile aparece marcada por dos guerras (una de ellas devastadora, la Guerra del Pacífico), por una solución débil del último conflicto, seguida de un período de posguerra signado por el desacuerdo persistente, un período post acuerdo (1929) lineado por el incumplimiento, por la desconfianza y por alineamientos internacionales distintos en épocas de confrontación sistémica
La Guerra del Pacífico fue una de las acciones bélicas más duras que sufrieron tanto Perú como Chile. El gobierno peruano había acordado un pacto con Bolivia para defenderlo ante cualquier ataque externo, imposibilitando a Perú mantener un rol neutral, desencadenando inevitablemente, un accionar contra Chile. Esto finalizó con resultados devastadores para todas las naciones, y más aún, con Perú a quien Chile tomó varias provincias y ciudades.
El sentimiento nacional peruano en contra a Chile, a causa de la guerra, sumado al descontento por una rivalidad intensa derivada de una permanente competencia por el predominio del Pacífico Sur, en el sector portuario y oceánico, marcaron fuertes tensiones políticas, sociales y económicas entre las naciones.
La poca relación política entre ellos, comenzó a destruirse por completo con la llegada en la década de los ‘70 de dictaduras militares, en Chile liderada por Augusto Pinochet, y en Perú por Juan Velasco, quienes mantenían un lineamiento ideológico completamente opuesto y ambos, por supuesto, nacionalistas.
Afortunadamente, la cooperación pragmática en 1990 con la suscripción de nuevos tratados como en 2002 con el Tratado de Ottawa, 2006 el Tratado de Libre Comercio Chile-Perú y 2012 la creación de un bloque regional entre Perú, Chile, Colombia y México denominado la “Alianza del Pacífico”, provocó un acercamiento entre los Estados, aunque las tensiones por sobre el dominio del Océano Pacífico continúa existiendo hasta la actualidad, es decir, aún existen intereses estratégicos que las naciones defienden por sobre todo.
- ¿Qué ventajas comparativas o absolutas posee cada país en relación al otro?
Ambos países latinoamericanos presentan condiciones geográficas similares, con sus costas al pacífico facilitando su comercio con grandes exponentes en el comercio como lo son Estados Unidos y China. Presentan una matriz exportadora similar, basada en la minería, agricultura y pesca. Sin embargo, a lo largo de los años estos lograron especializarse en la producción de diversas áreas.
La gran diferencia entre los países radica en el momento en el cual éstos lograron iniciar y mantener su internacionalización, con un mercado abierto y libre de bienes y servicios. Para Perú, en los años ‘80, su economía estaba basada en la explotación, procesamiento y exportación de recursos naturales, como los mineros, agrícolas y pesqueros, por lo que no se incursionó en la apertura comercial debido a las políticas y las visiones de sus gobiernos producto de dictaduras. Caso contrario sucedió en Chile, que, si bien sufrió un gran período de dictadura militar, tras dicho golpe en 1973, y con las políticas impulsadas por gobiernos radicales, su economía comenzó a internacionalizarse. Esto demuestra la situación actual a grandes rasgos de los países, mientras que Perú se destaca en la producción agrícola y en su mayoría minera, Chile mantiene ventajas en la producción de cobre y bienes manufacturados, con mayor valor agregado, ya que al enfrentarse a la competencia mundial ante que Perú, pudo adaptarse y avanzar su estructura productiva a una que prime la producción de mayor valor agregado.
La firma del Acuerdo de Complementación Económica en la década de los ‘90 marcó un antes y después en la región. Con la apertura comercial de la economía peruana, ella radicó en el mundo, y por supuesto, en el comercio con Chile, por su producción agrícola, principalmente de frutas como cerezas, uvas, arándanos, peras, duraznos, o bien de alimentos como café, caña de azúcar, algodón, legumbres, entre otras.
Cabe destacar que, aunque Chile en el pasado sostenía un eficiente modelo agroexportador, a causa de las buenas condiciones climáticas de Perú, su mano de obra menos costosa, tierras fértiles y más baratas, produjo un reemplazo en las ventajas comparativas entre ellos.
Por su parte, Chile, mantiene su ventaja competitiva mundial en sus productos mineros, principalmente, el cobre. Es uno de los mayores productores y exportadores de cobre , litio y yodo en el mundo, y aunque en los últimos años Perú comenzó a convertirse en una amenaza latente, atentando con el liderazgo chileno en dichas áreas, podemos decir que Chile mantiene su potestad porque, por un lado, es dueño del 38% de las reservas demostradas de los minerales a nivel mundial, y por el otro, cuenta con eficiencia laboral en la minería, dado que si bien su costo es superior al de la mayoría de los países, este se compensa por una mayor eficiencia en términos de producción.
No obstante, si bien cada país posee ventajas comparativas entre sí, estos forman una complementariedad entre sus actividades. Mientras que Perú se dedica a las actividades de extracción y comercialización del oro, la plata, el molibdeno, hierro, plomo y el petróleo, debido a un auge en inversiones externas y políticas que beneficiaron las inversiones de nuevos proyectos y expansiones, Chile las importa para poder transformarlos y agregar mayor valor agregado, por ejemplo, importando crudo de petróleo lo exporta como Diesel, gasolinas y petróleo refinado. O en el caso de productos primarios agrícolas, produce alimentos procesados y finalizados.
Por lo tanto, podríamos decir que el intercambio de bienes finales entre los países es vertical, donde Perú envía materias primas o insumos para que Chile otorgue valor agregado en la fase final de la cadena productiva.
En adición, debido a las extensas costas chilenas, se destacan en la industria pesquera, específicamente en la pesca del salmón
Entonces, y a modo de resumen, si bien ambos poseen características similares de condiciones geográficas y recursos naturales, estos lograron destacarse en algunos sectores. Mientras que Perú sostiene el liderazgo en sectores de poco valor agregado, es decir, bienes primarios, como la agricultura y minería (oro, hierro, plomo), Chile se destaca con la producción de elementos con mayor valor agregado, las manufacturas diversas y productos alimenticios, manteniendo su liderazgo en la producción y comercialización del cobre y en la pesca.
Previo a la apertura y gran competitividad peruana, Chile se destacaba por su producción agroalimentaria, pero debido a las mejores condiciones climáticas, manos de obra barata y tierras más fértiles, Perú actualmente lidera dicha industria, con la producción específicamente de frutas pequeñas como las uvas, cerezas y arándanos. Además, la industria minera de este último ha estado desplazando a las industrias chilenas, debido a grandes inversiones externas y decisiones políticas que ayudaron a la expansión e intensificación de extracción de minerales, como la plata, hierro, zinc, petróleo, y demás.
Por su parte, Chile mantiene el liderazgo en la industria del cobre, en la producción de elementos con mayor valor agregado como las manufacturas y productos alimenticios procesados y finalizados, donde previamente la materia prima fue importada desde Perú; y la industria pesquera.
A pesar de la importante diversificación de las exportaciones peruanas, su estructura exportadora aún depende de la producción de bienes primarios. Esto, en conjunto con su carácter de economía pequeña y abierta, hace que se enfrente constantemente a fluctuaciones en los términos de intercambio.
Esto quiere decir, que los precios internacionales de la producción primaria es tan volátil en el tiempo, que no se podría decir que Perú se encuentra beneficiosa de los términos de intercambio o no; y comparándola con la producción manufacturera de Chile, donde su estructura productiva es más estable tanto con Perú como con el mundo, determinamos que los términos internacionales, más allá del período en el tiempo que nos encontremos, favorecerá más a Chile con su producción de mayor valor agregado, que a su vecino del norte con su estructura aun primaria.
Como bien se sabe, y ya explicado en los puntos previos del presente informe, Perú sufrió períodos largos bajo gobiernos militares, donde su estructura económica y productiva estuvo estancada. Esta decreció profundamente, hasta después del año 1990, donde se produjo un crecimiento y recuperación sustancial de la economía, reflejados en el aumento del PBI. Este hecho constituye un gran cambio entre los períodos de estancamiento, de modo que se establece el año 1990 como el cambio estructural de la economía peruana.
Pasar de la represalia económica y social impuesta por la dictadura, a enfrentarse a un mundo avanzado, con nuevas tecnologías e ideales revolucionarios, dio cuenta a Perú lo atrasado que se encontraban en la matriz productiva y económica mundial. Este país presentaba en los ‘90, niveles muy parecidos al de Chile de 1975, un país recién ingresando a la internacionalización sin tener ventajas productivas significativas en el mundo.
Las innovaciones significan la creación de nuevas técnicas, productos y procesos, y desde la perspectiva de Perú, estos rubros se encontraban bastante rezagados. Esto se debe a una profunda escasez de científicos e ingenieros, es decir, personal capacitado. Además, la coordinación entre la empresa privada y las instituciones científicas del país era y es escasa, eliminando así cualquier inversión en innovación y desarrollo tanto del sector público como del privado. Todo ello, demuestra que Perú es un país que hasta la actualidad le cuesta adaptarse a las nuevas demandas que el mundo exige.
Si bien, sobrevive ante la competencia mundial por su reputación de sus vastas tierras y climas propicios para el cultivo, su intensidad en la explotación de actividades mineras y su mano de obra barata, a la sociedad se le dificulta adaptarse y capacitarse en el “nuevo mundo”, siendo parte de los países más perjudicados a la apertura comercial.
Según fuentes oficiales, la economía peruana ha experimentado dos fases distintivas de su desarrollo económico. Entre 2002 y 2013, la nación fue uno de los países de crecimiento más acelerado en América Latina, con un crecimiento del PBI anual del 6.1%. Esto se debió a políticas macroeconómicas prudentes y reformas estructurales, otorgando un marco amplio para el crecimiento y la baja inflación. En consecuencia, creció el empleo y los ingresos, reduciendo así los índices de pobreza.
En 2014 y 2019, comenzó a disminuir y estancarse su PBI, debido primeramente a la caída abrupta de los precios internacionales de las materias primas. Esto trajo consigo una reducción temporal de la inversión privada, una menor recaudación fiscal y una desaceleración del consumo.
Por lo tanto, la sociedad peruana, y especialmente hoy en día a causa de la pandemia, es más pobre que años anteriores. Si bien, el internacionalizarse ayudó a expandir sus fronteras a nuevos clientes gracias a su producción de materias primas, el rubro en el que se especializa está marcado por una volatilidad constante de los factores. Es por esto, que el sector más atacado en la historia peruana es el factor del trabajo, con muchos picos de pobreza, y cómo sus actividades pilares no son de uso intensivo tecnológico o de trabajadores capacitados, no cambiará mucho su situación a lo largo de los años.
Por su parte, Chile tampoco se ubica en los países más eficientes en adaptarse al enfrentamiento de competidores mundiales. Siendo una economía dependiente de la explotación minera, un área que se consideraría redituable a largo plazo, es inquietante analizar su situación actual productiva, donde pasa por periodos de estancamiento y disminución anual del 1.2% en los últimos 15 años, aun después de realizar ajustes por el deterioro en la ley de los yacimientos. Esto afectó fuertemente al empleo, directo e indirecto, la inversión y la actividad económica en general.
Cabe destacar, que si bien, Chile desarrolló una matriz productora de elementos con mayor valor agregado, aumentando así su personal capacitado, al momento de enfrentarse con grandes competidores, el único rubro destacable es su minería, el cobre, sector el cual no requiere personal tan capacitado. Por lo tanto, la economía chilena no ha avanzado en su complejidad productiva, entendida como la abundancia de empresas diversas y competitivas (internacionalmente) en varios sectores productivos.
Las causas de este fenómeno, a grandes rasgos, se podría ver por la escasez en adoptar tecnologías de información y la baja innovación que realizan las empresas chilenas, y, por consiguiente, los bajos niveles y estancados de inversiones en I+D.
El crecimiento económico de las últimas décadas ha contribuido a mejorar los aspectos sociales. Esto se refleja en la fuerte disminución de la pobreza a lo largo de los años. Sin embargo, las inversiones extranjeras en Chile sufrieron grandes caídas debido a la disminución de los precios de los productos básicos, entre ellos, del cobre. De recibir 30.000 millones de dólares en inversiones en 2012, pasaron a menos de 6.500 en 2017. Esta fuerte disminución contrajo un deterioro de la productividad del cobre, efectuando estragos en los niveles de desocupación y consumo.
Muy similar a la situación del Perú, al ser su fuente de exportación principal las materias primas, y en especial el cobre, la sociedad chilena ha sufrido los efectos de tener una economía basada en una actividad muy volátil a los cambios en el mundo.
Desde la década del ‘20 hasta la actualidad, tanto Chile como Perú pasaron por procesos de rendimientos de escala, principalmente, positivos, que les brindaron beneficios a las naciones.
Por su parte, en Chile, el proceso en cuestión le ofreció una ventaja a nivel mundial muy importante, con la que se destaca hoy en día, la posibilidad de producir y comercializar cobre, y lograr progresivamente, tener como cliente principal China, nación de suma importancia en el ámbito comercial.
El desarrollo de la industria minera, provocó grandes inversiones, abundante mano de obra y ricas minas de cobre, y con el paso del tiempo, maquinaria y herramientas específicas para la correcta y eficiente recolección del mineral.
Sin embargo, y ubicándonos en la actualidad, un contexto mundial donde el aumento de la extracción del mineral podría producirse con sólo el aumento de la explotación y construcción de nuevas minas, los rendimientos de escala dejaron de ser un proceso que beneficie a Chile. Si se decidiese por construir nuevas minas, estas contraerán no sólo perjuicios económicos, es decir, mayor el gasto que las ganancias, sino también, consecuencias políticas y ambientales. Esto se debe, y que también ocurrirá con Perú, que su factor productivo, la tierra, tiene un límite de explotación. No puede continuar utilizando las mismas minas y destruir terrenos en busca de nuevas por siempre.
En el caso de Perú, un país que nació y se desarrolló con el respaldo de sus vastas tierras y climas propicios para la agricultura diversa, los rendimientos de escala sí les otorgaron una mayor producción de sus suelos, aumento de la mano de obra y de la maquinaria y herramientas al comienzo. Sin embargo, y como también remarqué en Chile, los factores de producción no son ilimitados, la tierra no es infinita. Llegará un punto en que no haya más tierras por explotar, y tendrán que cambiar de producción, utilizando suelos distintos propicios para otro tipo de agricultura, por ejemplo.
Por lo tanto, y como conclusión, los rendimientos de escala benefician a ambas naciones en especializarse en las actividades presentes, sin embargo, a largo plazo al ser actividades primarias, no les dará mayor ventaja que las actuales.