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Eutanasia vs Derecho a la vida

Eutanasia vs Derecho a la vida

 

El termino eutanasia proviene de 2 palabras griegas eu y thanatos que significa literalmente “buena muerte” . Hoy en día la eutanasia se entiende generalmente como el proporcionar una buena muerte – el asesinato piadoso o compasivo, la muerte misericordiosa – donde una persona A termina con la vida de una persona B, en beneficioso de B. O también la intervención encaminada a provocar la muerte de un sujeto sin sufrimiento físico.

Dos son las principales razones de quienes defienden la moralidad de la eutanasia:

  1. la compasión hacia los enfermos sin esperanza de recuperación y con grandes sufrimientos;
  2. el respeto por la autonomía de los individuos.

Igualmente, cabe distinguir entre eutanasia voluntaria, cuando se produce por petición consciente del afectado, y eutanasia no voluntaria, cuando la persona no se puede manifestar al respecto —p.ej. porque es un recién nacido, ha quedado incapacitado (en estado vegetativo persistente), o no había hecho ninguna indicación previa acerca de la eutanasia en determinadas circunstancias. De los dos fundamentos de la eutanasia antes mencionados, en el caso de la eutanasia voluntaria parece entrar más en juego el principio de autonomía —de ahí su relación con la idea de «suicidio asistido»—, mientras que en la eutanasia no voluntaria es el principio de compasión el que se manifiesta —y, en última instancia, una valoración de la calidad o dignidad de la vida. En cualquier caso, nada tiene que ver este concepto de eutanasia con lo que a veces se ha (mal) llamado «eutanasia impuesta» (caso del nazismo), que indiscutiblemente merece nuestro rechazo moral y que sólo puede ser calificada como asesinato a sangre fría.

 

 

La eutanasia transgrede uno de los principios éticos tradicionales: El principio de la santidad de la vida, de que ha de respetarse toda vida humana, sea cual sea su condición, situación, etc. Que no se debe provocar nunca intencionadamente la muerte de un ser humano (inocente). Es decir, la vida humana posee un valor intrínseco, una calidad esencial que merece un respeto absoluto.

 

En las raíces de la cultura occidental (Grecia y Roma) prácticas como la eutanasia y el suicidio eran ampliamente aceptadas. Por su parte, el principio de que la vida humana es sagrada y no debe tomarse deliberadamente se considera normalmente que hunde sus raíces en el judaísmo y el cristianismo —en buena parte por la postura actual de la iglesia católica al respecto. Sin embargo, no se deduce de la Biblia la absoluta intangibilidad de la vida, ni se encuentra en ella apenas un argumento contra la muerte voluntaria y el suicidio. En ningún caso se prohíbe expresamente el suicidio en la Biblia. En cualquier caso, se impuso en la tradición cristiana la idea de que la tomar la vida humana es usurpar el derecho de Dios a dar y quitar la vida (Tomás de Aquino).

 

La ciencia médica, sin embargo, que ha realizado contribuciones innegables como reducir la tasa de mortalidad, curar enfermedades, aliviar el dolor, etc., también ha proporcionado realidades nuevas: Personas con daños cerebrales severos conectadas a respiradores, tubos de alimentación, etc.; niños que nacen sin cerebro o sólo con el tronco cerebral (anencefalia); mujeres embarazadas en estado de muerte cerebral; estados vegetativos persistentes o crónicos; técnicas de reproducción asistida; diagnóstico prenatal; trasplante de órganos y xenotrasplantes

Esta nueva realidad ha obligado a definir un nuevo criterio para la determinación de la muerte: La muerte cerebral. Este criterio se aceptó sin mucha controversia —hoy se admite en todos los países desarrollados excepto Japón— pero trajo consigo nuevos problemas: Los estados vegetativos persistentes y los bebés anencefálicos. En estos casos se mantienen las funciones del tronco encefálico (la respiración, el latido del corazón y los actos reflejos; es decir, las cosas que hacemos inconscientemente), pero no hay actividad en la parte superior del cerebro, incluida la corteza cerebral (no hay conciencia, no podemos ni ver, ni oír, ni sentir, ni experimentar placer o dolor, ni tener intenciones, objetivos o deseos). Por esto, se ha propuesto también que se vuelva a re-definir la muerte como la muerte de la parte superior del cerebro (muerte cortical). Pero esto resulta especialmente contra intuitivo cuando vemos que un cuerpo respira y late su corazón. En este tipo de reflexiones subyace la idea de que valoramos el cerebro por su relación con la conciencia y la personalidad, y no tanto por sus funciones integradoras o coordinadoras del cuerpo humano. ¿Cuándo morimos entonces realmente? Parece difícil descubrir el momento en que se produce la muerte ya que, como resaltaremos, la muerte es más bien un proceso, no un fenómeno discreto. Por tanto, el nivel que elijamos para denominar lo que es la muerte es una decisión convencional, evaluativa. Así, Singer concluye que la muerte cerebral es una ficción práctica porque nos permite salvar órganos para trasplantes que si no se desperdiciarían y autoriza a suprimir un tratamiento cuando esté resultando inútil. Sin embargo, este tipo de consideraciones atentan directamente contra el principio absoluto de que toda vida humana es sagrada.

La eutanasia se convierte así en una abreviación de la muerte, que ya ha ganado terreno a la vida en la existencia de un individuo. Esta re-interpretación completaría en cierta medida el análisis de Singer sobre la doctrina de la santidad de la vida. La práctica moderna de la medicina debe re-definir sus metas y sus objetivos atendiendo a consideraciones sobre la calidad de la situación del paciente; analizando el estado, el grado de la vida o del proceso de muerte al que nos enfrentamos y, teniendo en cuenta en cada caso las responsabilidades que se derivan.