¿Qué es la contaminación lumínica?
La contaminación lumínica consiste en el brillo del cielo nocturno producido por la mala calidad del alumbrado de nuestras ciudades. Esto significa que enviamos la luz hacia arriba en vez de enviarla hacia el suelo.
Dedicándonos a iluminar el cielo no sólo derrochamos nuestro dinero, sino que abusamos de los recursos naturales, agredimos el hábitat de animales nocturnos y migratorios, y arrebatamos a nuestros hijos la contemplación del cielo estrellado. En otras palabras, es toda la luz que escapa fuera de la zona que queremos iluminar, toda la energía luminosa desaprovechada, que directa o indirectamente tiene efectos perjudiciales sobre el medio ambiente.
LA BUENA:
Es eficiente: la luz se dirige al suelo y a los lados. La iluminación es uniforme. Se reduce el deslumbramiento. Es más barata: utiliza menos energía. |
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LA MALA:
Es poco eficiente. Gran cantidad de luz es enviada al cielo. Deslumbra. La iluminación es «dura». Más cara: se necesita más energía. |
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LA PEOR:
Ilumina poco, deslumbra y desperdicia energía. |
¿Cómo se produce?:
El uso de luminarias (farolas, proyectores o focos, etc) que, debido a un mal diseño luminotécnico o a una colocación inapropiada, dejan escapar buena parte del flujo luminoso fuera del área que se necesita iluminar.
Una excesiva iluminación, produce asimismo importantes e innecesarias pérdidas de luz por reflexión en el suelo y demás objetos sobre iluminados.
Una zona excesivamente iluminada, provoca que en las zonas vecinas se tienda a imitarla, igualando al menos aquel nivel de iluminación, produciéndose una «reacción en cadena» que agrava el problema. Esto se debe a que el ojo humano necesita un cierto tiempo de adaptación entre diferentes niveles de iluminación, de modo que cuando pasamos de una zona con un exceso de luz a otra razonablemente bien iluminada tenemos la falsa impresión de que el alumbrado de esta última es pobre o insuficiente.
La falta de sensibilidad de las personas y sobre todo de las entidades responsables es debida principalmente a una falta de información unida al hecho frecuente de que, al vivir durante mucho tiempo con este problema, nos hemos acostumbrado a él y ya no lo percibimos como tal. Todo esto lleva a que, con frecuencia, a la hora de elegir un modelo de luminaria, al carecer de unos criterios propios y racionales, se utilice el recurso fácil de imitar a otras poblaciones con alumbrado contaminante, o a que solo se tengan en cuenta criterios supuestamente estéticos, olvidándose de su principal función que es la de iluminar bien.
¿Qué consecuencias tiene?:
Un desperdicio de energía y dinero. Como ejemplo, en las farolas de tipo globo se pierde hacia el cielo más de la mitad de la energía consumida. Este exceso de consumo que deben de suministrar las centrales eléctricas, supone un mayor gasto de combustible y, en consecuencia, una mayor emisión de gases contaminantes a la atmósfera, responsables entre otras cosas del efecto invernadero que está haciendo aumentar la temperatura media de nuestro planeta y de la lluvia ácida que destruye los bosques.
Deslumbramiento: La luz que incide directamente desde la lámpara en nuestros ojos tiene una intensidad bastante superior a la que nos llega reflejada por el suelo y por los obstáculos que en él se presenten, haciendo que los veamos peor, ya que la abertura de las pupilas se ha cerrado hasta adaptarse a aquella mayor intensidad luminosa.
Este molesto deslumbramiento nos produce fatiga visual, reduce nuestra percepción y, en consecuencia, aumenta el riesgo de accidentes de tráfico, es decir, reduce la seguridad vial.
También afecta negativamente a la vida nocturna de la fauna.
Efectos contaminantes ocasionados por residuos tóxicos de las lámparas usadas (especialmente las de vapor de mercurio).
Pérdida de la visibilidad del cielo nocturno.
Las posibles soluciones:
Reducir el nivel de iluminación a partir de la medianoche.
Mediante el apagado de algunas de las luminarias que en muchos casos son totalmente innecesarias al ser prácticamente nulo el tránsito de personas, es otra medida que contribuye notablemente a reducir el consumo de energía y la contaminación lumínica.
Para esto, debe tenerse en cuenta al realizar la instalación, que vaya provista de doble circuito de cableado que nos permita apagar o encender la mitad de las lámparas (luminarias pares e impares o luminarias con doble lámpara).
Optimización de una instalación de alumbrado como, por ejemplo: el nivel de iluminación recomendable según el tipo de vía a iluminar, la altura sobre el suelo de las luminarias o la distribución de la luz que éstas proporcionan, sin olvidar el compromiso eficiencia-estética al que a veces hay que llegar, así como la reducción de obstáculos o barreras arquitectónicas (evitando postes en las aceras cuando las luminarias puedan instalarse en las fachadas).
Adecuar los niveles de iluminación a las recomendaciones internacionales actuales.
Sustituir progresivamente las lámparas de mercurio por las de sodio (farolas de color naranja), que a igualdad de iluminación contaminan y consumen menos.
Encender la iluminación de fachadas y monumentos sólo durante ciertas horas. La luz debe ir de arriba abajo, y no al revés.
Utilizar diseños con pantallas que eviten la dispersión de luz hacia arriba (por ejemplo, opacar la mitad superior de las farolas tipo globo) y evitar aquellos modelos en los que la bombilla sobresalga por debajo de la horizontal.
CARACTERISTICAS Y USO DE LAS LUMINARIAS:
tres normas básicas:
LA LÁMPARA NUNCA DEBERÁ SOBRESALIR DE LA BOCA DEL REFLECTOR
El haz de luz producido no debe extenderse fuera de la zona que necesitamos iluminar, ya que ésta es energía que se pierde.
EL CRISTAL DE CIERRE DEBE SER PLANO Y TRANSPARENTE
El cristal abombado o prismático dispersa la luz produciendo importantes pérdidas de energía y deslumbramiento.
LA BOCA DEL REFLECTOR DEBE ORIENTARSE SIEMPRE HACIA EL SUELO, CON EL CRISTAL DE CIERRE EN POSICIÓN HORIZONTAL.
Cuando el centro de la zona a iluminar se encuentre desplazado de la vertical de la luminaria, se utilizará una con reflector asimétrico, que produce un haz inclinado manteniendo horizontal la boca del reflector.