La guerra además afecto la economía mundial. El comercio internacional y las inversiones en el exterior de los principales países europeos quedaron prácticamente interrumpidos entre 1914 y 1918.
Los países combativos tuvieron que hacer frente a un doble problema: al aumento extraordinario de los gastos militares y a la necesidad de controlar y regular la propia economía nacional por los gastos para la guerra (fabricación de armamento y munición, alambradas, vehículos, alimentos, combustibles, medicinas, vendajes, uniformes, calzado, prendas de abrigo, herramientas, etcétera). De una parte, las economías europeas habían recurrido a grandes préstamos y a otras formas de financiación (emisión de deuda, aumentos de la circulación monetaria, bonos del tesoro, etc.).
La inflación y la inestabilidad monetaria tuvieron en todas partes el mismo efecto; la pérdida del valor adquisitivo de los salarios y hundimiento de rentas fijas y del ahorro. Prácticamente, ningún país pudo recobrar el ritmo de actividad económica anterior a la guerra hasta 1923.
Reconstrucciones, inflación, deuda exterior, inestabilidad monetaria, reajustes económicos, configuraron una situación económica internacional excepcionalmente vulnerable. Las repercusiones se harían notar en 1921 en todo el mundo. Todas las economías recurrieron a políticas deflacionistas (encarecimiento del dinero, restablecimiento del patrón oro, reducción del gasto público, equilibrios presupuestarios, reducciones salariales) y a medidas fuertemente proteccionistas para sus respectivas industrias y agriculturas. A medio plazo, ello permitió restablecer la estabilidad económica, y se propició así la relativa prosperidad que la economía mundial experimentó entre 1924 y 1929. Pero a corto plazo, en 1921-23, la desvalorización y proteccionismo provocaron una aguda recesión económica y un fuerte aumento del desempleo. En Gran Bretaña, el desempleo se elevó del 2,4% de la población activa en 1920 al 14,8% en 1921 (unos 2 millones de desempleados) y prácticamente se mantuvo en porcentajes del 7 al 10% a lo largo de toda la década. En Francia, la cifra de desempleados alcanzaba en abril de 1921 el medio millón de trabajadores; en Italia, subía de 388.000 en julio de 1921 a 606.000 en enero de 1922.
Consecuencia de todo ello sería la intensa agitación laboral que toda Europa y Estados Unidos conocieron en los años 1919-22.
Del 5 al 11 de enero de 1919 el Partido Comunista de Alemania (KPD) desencadeno en Berlín una rebelión armada, la llamada semana roja, un intento de capitalizar el descontento social y sobrepasar el proceso democrático iniciado el 10 de noviembre del año anterior, para tomar el poder e implantar un régimen revolucionario basado en los consejos obreros surgidos en las jornadas finales de la guerra. En Munich, el asesinato el día 21 de febrero de 1919 por grupos de la ultraderecha del dirigente de la autoproclamada República de Baviera provocó, ya en abril, un nuevo estallido revolucionario. Las insurrecciones revolucionarias de Berlín y Munich de 1919 dejaron un balance de varios miles de muertos.
En Gran Bretaña, entre 1919 y 1920, se registraron graves y violentas huelgas de ferroviarios, mineros, metalúrgicos y estibadores de los puertos (y hasta de la policía). En septiembre de 1919, se declaró la huelga nacional de ferroviarios contra las medidas de recortes presupuestarios aprobadas por el gobierno y en octubre de 1920 la huelga general minera contra la reprivatización de las minas.
Las huelgas de 1919-20 terminaron con la derrota de los trabajadores. Asi los esfuerzos que los dirigentes mineros hicieron en la primavera de 1921 para derribar a los otros grandes sindicatos del país (ferroviarios, metalúrgicos, transporte) y a los empresarios contra las reducciones salariales y los despidos, fracasaron.
En Italia la afiliación a la central sindical socialista subió de 250.000 miembros en 1918 a 2 millones en 1920. Huelgas, ocupaciones de fábricas, tierras y motines urbanos, fueron práctica común en 1919 y 1920. Más de 1 millón de obreros fueron a la huelga en 1919 y una cifra aún superior en 1920. En septiembre de 1920, tras romperse las negociaciones salariales para la industria del metal, unos 400.000 trabajadores metalúrgicos, ocuparon durante cuatro semanas las principales factorías y astilleros del país, en Milán, Turín y Génova principalmente.
En Francia, hubo graves incidentes en París durante la manifestación del 1 de mayo de 1919; y luego, en junio, una violenta huelga de metalúrgicos del cinturón rojo de la capital. En 1920, las huelgas se extendieron a los ferrocarriles, las minas, los puertos y la construcción.
La crisis de 1921 puso a todas las organizaciones obreras europeas a la defensiva. Para defender el empleo, los sindicatos tuvieron que aceptar fuertes reducciones salariales prácticamente en todas partes (en Italia, del 25%) y seguir políticas de negociación y entendimiento con los empresarios. Las huelgas fueron disminuyendo de forma gradual.
Las consecuencias económicas de la guerra y la agitación laboral de la posguerra transformaron la política y la naturaleza del Estado. La situación provocó, de una parte, un reforzamiento notable de la responsabilidad económica de los poderes públicos; de otra, sensibilizó a gobiernos y sociedad en general en torno a los problemas sociales. A partir de la I Guerra Mundial los gobiernos asumirían la responsabilidad de la prosperidad económica, del empleo y de la seguridad social. La jornada laboral de 8 horas fue acordada en numerosos países en 1919. En la conferencia de París que puso fin a la guerra, se acordó la creación de la Organización Internacional del Trabajo, como una especie de asamblea internacional de los sindicatos que fuese elaborando la legislación social que habrían de aprobar los respectivos gobiernos.